Crítica: La ciudad y la ciudad
¿Ha pasado usted alguna vez junto a un mendigo y ha hecho como que no lo ve? ¿Ven los colonos israelíes las condiciones en las que viven sus vecinos palestinos? Esta idea, llevada al extremo, constituye el escenario en el que se desarrolla La ciudad y la ciudad, de China Miéville. Dos ciudades, Besźel y Ul Qoma, comparten la misma ubicación pero se ignoran mutuamente. Literalmente, no se pueden ver ni interactuar entre ellas si no es por cauces muy determinados.
Este sorprendente escenario hace que se trate de una novela difícil de clasificar. A mi modo de ver es esencialmente una novela negra en la que se utiliza el escenario de ciencia ficción como mera excusa para tejer la trama. Lo de que el escenario es una mera excusa se manifiesta en el escaso desarrollo que da el autor al mismo. Miéville opta por narrar la obra en primera persona, lo que produce inevitablemente que las descripciones sean escasas y la descripción del contexto casi inexistente (1). Da tan pocas pistas que obliga al lector a imaginarse las ciudades de Besźel y Ul Qoma por su cuenta y riesgo. Esta elección es arriesgada y puede producir cierta desazón al lector. No obstante, tiene una razón de ser: hacer ver al lector que las -para esa sociedad- obvias diferencias entre los beszelianos y los ulqomanos son, en realidad -como todas las diferencias- artificiales y arbitrarias.
La novela arranca cuando aparece misteriosamente en un parque de Besźel el cadáver de una joven. El inspector Tyador Borlú es llamado a investigar el caso. Pronto se topará que el criminal se ha tomado muchas molestias en no interactuar indebidamente con la otra ciudad. Enfrentado a las autoridades de ambas ciudades, a nacionalistas de ambos lados, a revolucionarios que anhelan unificar las dos urbes, a los histéricos padres de la joven y a arcanos poderes, el hilo conductor de la novela es la investigación que lleva a cabo Tyador Borlú para resolver el caso.
Estilísticamente, la novela es de bella factura, si bien falla en algunos diálogos. En ocasiones, por dar prioridad al realismo sobre la legibilidad (2), en otras, por tratar de ser profundo. Especial daño hace uno de los últimos diálogos de la obra. Además de eso, cabe decir que a los personajes les falta profundidad.
La obra culmina de forma sorprendente y maravillosa. El autor, tras páginas y páginas acostumbrándonos a la anormalidad, logra que nos sorprenda la normalidad. Especialmente para enmarcar una persecución final que merece entrar en los anales de la literatura. Muchos critican la novela por no explicar todos los misterios que plantea. Pero no es ese el objetivo de la novela. Además, buena parte de ellos quedan explicados (o no) dependiendo del punto de vista. Esa coherente indefinición es un gran logro del final (3).
La novela ha ganado merecidamente los Locus, Nebula, Arthur C Clarke y, bueno, unos cuantos más.
En resumen, una excelente obra, de tremenda originalidad, que exige esfuerzo pero encantará a los amantes del género policíaco y a los fans de Philip K Dick, Kafka o Borges. Absténganse quienes no sepan ver dobles lecturas y que sean talibanes de finales explicados con pelos y señales.
(1) Para quien no lo sepa, las obras narradas en primera persona tienden a tener un lenguaje más sencillo, son menos prolijas en descripciones y no suelen hacer incisos sobre la historia del lugar. Sencillamente, no queda natural hacerlo (¿pasea usted por las Ramblas fijándoles en cada detalle o recordando la Guerra Civil?). Las obras contadas por un narrador externo pueden hacerlo con más naturalidad.
(2) Los diálogos de una novela no son reales pero deben parecerlo. Los diálogos reales contienen sobreentendidos y jerga (por no mencionar los errores) que los convierten en ilegibles.
(3) Es tremendamente difícil explicar algo a medias y que quede bien.
Etiquetas: crítica, literatura
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