jueves, noviembre 30, 2017

Crítica: El Capital en el siglo XXI

El capital en el siglo XXI, de Thomas Pikkety, es una de las obras de economía más relevantes de las últimas décadas y también una de las más polémicas. Las críticas a la obra están polarizadas y abundan tanto los elogios como los comentarios despectivos... Lo más curioso es que es fácil saber cómo va a ser la crítica de alguien con solo saber cuál es su ideología.

Esta es una crítica elogiosa. Avisados estáis.

Empezamos por el principio El capital en el siglo XXI me hizo maravillar desde el principio porque hace una cosa bien poco habitual: es a la vez un libro académico y un libro divulgativo. Esta extraña combinación, que combina explicar muy bien los conceptos, sus bases y sus limitaciones, mientras simultáneamente da la opción de consultar montañas de datos, es una pura maravilla. Es un libro para los que se los guste leer y tengan un mínimo interés por la historia y la economía.

En segundo lugar, el autor tiene una idea genial a la cabeza: ya está bien de hacer modelos matemáticos sobre la economía o fabricar ideas que se sustentan en el aire; tenemos datos históricos, ¿no? ¡Pues usémoslos! Para amenizar al personal (la profusión de datos a veces se hace un poco densa) el libro hace constantes referencias a obras clásicas, como Austen o Balzac y más modernas como Titanic.

Hay que decir que el libro lo considero inatacable en buena parte (a menos que los datos históricos que maneja no sean correctos, pero las críticas que he leído no suelen ir en este sentido). Después repasaré sus puntos débiles.

¿Cuáles son las principales ideas del libro?

  • Entre el siglo XVIII y principios del XX los países avanzados estaban divididos en una clase popular que formaba la mayor parte de la población y sobrevivía sin casi nada, una clase mediana que era relativamente abundante que vivía y tenía unas pocas posesiones y una clase alta muy minoritaria que vivía sin trabajar (de rentas). Los rentistas obtenían aproximadamente un 5% de beneficio anual por su capital.
  • El ritmo de aumento del capital (r) es, si nada lo evita, mayor que el ritmo de crecimiento de la economía (g). El aumento del capital mobiliario es de aproximadamente el 5% anual y los grandes fondos de inversión bursátiles alcanzan el 10% anual (1). Esto quiere decir que, si nada lo evita, el gran capital acaba dominando la economía. Esto es precisamente lo que ya sucedió entre el siglo XVIII y el XX y lo que está volviendo a pasar al XXI.
  • La productividad de un trabajador de los países ricos crece al 1-2% anual.(2) Para que la economía crezca más rápido tiene que aumentar la población o el territorio o bien tiene que tratarse de un país en vías de desarrollo.
  • Si el crecimiento de la economía es grande al gran capital le cuesta más tiempo dominar la situación. En este siglo XXI, sin embargo, no se dan las condiciones por un gran crecimiento de la economía a los países ricos (ver punto anterior).
  • La destrucción de la clase rentista se produjo debido a varios factores. En primer lugar, los impagos de deuda y expropiaciones que acometieron las ex-colonias y los países comunistas. En segundo lugar, la inflación a la que recurrieron los países después de la I Guerra Mundial para enjuagar la deuda. En tercero, el crack del 29, que volatilizó buena parte de las reservas de capital. En cuarto lugar, políticas muy agresivas como la implantación del impuesto de la renta, de impuestos sobre el capital e impuesto de sucesiones. En quinto lugar, la masiva destrucción de propiedades producida por las dos guerras mundiales.
  • A partir de 1970, vuelve a aparecer la acumulación de capital, acumulación que se acelera a partir de la revolución conservadora de Thatcher y Reagan. Si nada lo evita, podemos volver a la situación de principios del siglo XX.
  • No hay pruebas de que los cambios radicales de política fiscal como los de Roosevelt o Reagan hayan afectado al crecimiento económico.(3) Otra cosa es que exista la percepción contraria, causada a veces a análisis erróneos.(4)
  • Pequeños cambios de políticas acumulados a lo largo de mucho tiempo producen evoluciones muy dispares.(5)

Hasta aquí, lo excelente. Ahora venden las partes que -a mi parecer- sí son criticables y donde la valoración depende en buena medida de la ideología del lector:

  • Los sistemas de pensiones tienen que ser solidarios, no basados en capital (una conclusión un poco sorprendente cuando se ha pasado las páginas y páginas hablando del gran rendimiento que se obtiene del capital).
  • Se tiene que establecer un impuesto sobre el capital. El autor no se corta nada a la hora de establecer la cuantía de este impuesto.(6)
  • Los nacionalismos y los populismos son, en buena parte, la reacción de las clases populares al ver cómo pierdan poder enfrente al gran capital. El autor considera que las respuestas nacionalistas -aunque comprensibles- son contraproducentes, dado que no evitarán que continúe la acumulación de capital y que crezca la desigualdad (7). Por el contrario, afirma que la única solución es precisamente la contraria: una mayor integración internacional, que evite los paraísos fiscales, haga aflorar el dinero negro, armonice los impuestos y permita un impuesto sobre el capital a gran escala.

En resumen, un gran libro que gustará a los de izquierdas, aunque es denso y requiere un poco de esfuerzo mental, en especial en materias como historia y economía. Puede leerlo tanto el académico especialista como el lego en la materia con ganas de aprender. El análisis de partida es impecable aunque sus recomendaciones finales son discutibles.


(1) Obviamente los fondos de inversión no publican sus datos con pelos y señales, el autor usa aquellos fondos que, por su naturaleza pública, son más transparentes. Me llamó poderosamente la atención el capital del que dispone la Universidad de Harvard: 30.000 millones de dólares. Para tratarse de una institución sin ánimo de lucro, no está mal.
(2) Lleva siendo así los últimos doscientos años.
(3) Una de las críticas más malintencionadas al libro viene de quienes lo acusan de afirmar que el New Deal de Roosevelt fue lo que causó la Era Dorada del capitalismo. Es falso. El autor repite (varias veces además) que lo único que se puede decir es que las políticas de Roosevelt no parecen haber causado un efecto perjudicial en el crecimiento económico. Respecto a las de Reagan, llega a la misma conclusión.
(4) Por ejemplo, buena parte de la sociedad estadounidense se preocupó a finales de los 60 y principios de los 70 por la pérdida de poder de los EE.UU. respecto a Europa, lo atribuyó -erróneamente- a las políticas económicas seguidas y se alineó con una nueva política que prometía devolver el esplendor a la economía estadounidense (la revolución conservadora). El problema es que el análisis era erróneo. El motivo clave por el que Europa creció más rápido que EE.UU. en los años 50 y 60 es bien sencillo: es fácil crecer muy rápido cuando el país está devastado por la guerra.
(5) Por ejemplo, Francia era un estado muy desigualitario hasta el fin de la II Guerra Mundial y se volvió aún más igualitario a raíz de mayo del 68. Por el contrario, EE.UU. era un país mucho más igualitario hasta la revolución conservadora de Reagan (de hecho, lo tenían como una de las piedras angulares del país) y ahora es mucho más desigualitario que Europa.
(6) Imagino que es en este punto donde a la derecha le salen sarpullidos.
(7) Sin duda, otro de los puntos polémicos del libro aunque, curiosamente, no se le ha prestado mucha atención.

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