domingo, diciembre 09, 2018

Crítica: R.U.R. (Robots Universales Rossum)

En una remota isla del Pacífico, unos científicos crean unos sirvientes artificiales para sustituir a los humanos en diversas tareas. Esos sirvientes sintéticos terminan rebelándose contra sus creadores, provocando con ello la caída de la humanidad. Suena manido ¿verdad? Pero un momento, la obra R.U.R. (Robots Universales Rossum) se escribió en ¡1920!

Así es. Se trata de una obra clave en la historia de la ciencia ficción, aunque el hecho de que el autor, Karel Čapek, sea checo ha hecho que no sea demasiado conocida por el gran público. La circunstancia de que R.U.R. sea una obra de teatro tampoco ha ayudado a que perdure en la memoria colectiva, a pesar de que la obra gozó de una gran éxito en su día.

Pero vamos al grano. R.U.R. resulta precursora en numerosos detalles. Así:
  • Populariza el término "robot" (que en checo significa siervo, persona que tiene un trabajo duro o, simplemente, trabajador).
  • Plantea por primera vez una rebelión de estos ingenios contra sus creadores (ríase de Terminator y Matrix).
  • Inventa la necesidad de dotar a los robots de un mecanismo que impida la rebelión de estos.
  • Abunda en reflexiones sobre la responsabilidad social de los científicos (la I Guerra Mundial, por desgracia, ya enseñó unas cuantas cosas al respecto).
  • Resulta una mordaz crítica del sistema capitalista y de la avaricia sin límites de los empresarios.
  • Reflexiona sobre las repercusiones que tiene la tecnología en el mercado laboral.
Todo ello aderezado con el afilada ironía de Čapek, autor de la genial La guerra de las salamandras y siete veces candidato al Nobel. No obstante, R.U.R. adolece de una serie de defectillos, producto del hecho de que no es una novela sino una obra de teatro (y, claro, las obras de teatro están pensadas para verlas en el escenario, no para ser leídas). La obra está narrada en cuatro actos, algo lógico en teatro pero que producen al leerla la sensación de que la acción se desarrolla a saltos. Lógicamente, escenas que en teatro quedan bien pues permiten el lucimiento de los actores, no parecen tan buenas cuando uno se limita a leerlas.

Hay un único personaje femenino, que resulta el más interesante de todos por tener más matices. Es el único que se escandaliza por el trato que se da a los robots, mientras que los hombres resultan insensibles a los sufrimientos de los mismos (¿una proclama feminista en la Europa de principios del siglo XX?). Y, sin hacer spoilers, resulta clave en el desenlace de la historia. Por desgracia, el autor también le asigna el papel de enloquecer a los hombres a su paso (un recurso erótico muy al uso de la época, interesante desde un punto de vista histórico pero ridículamente desfasado hoy en día).

En resumen, una obra que merece la pena leer por su importancia histórica y la visionaria capacidad de su autor.



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