jueves, julio 18, 2019

Crítica: Cómo mueren las democracias

Cómo mueren las democracias es un libro de política e historia de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt que versa sobre cómo las democracias se convierten en regímenes autoritarios. El libro se centra en casos modernos (siglos XX y XXI), con especial énfasis en los Estados Unidos (el único país del que narra lo sucedido antes siglo XX).

Las ideas principales del libro pueden resumirse así:

  • Si bien muchas democracias terminan tras golpes de estado, hoy en día el desmantelamiento de la democracia suele darse mediante pequeños pasos tomados desde el poder, muchas veces perfectamente legales. Los autócratas suelen poner excusas como proteger a la población contra un enemigo (guerra, terrorismo), estar implementando su programa electoral (1) o ir contra la clase política y económica dominante (2).
  • En muchos casos la población no es consciente de que la democracia se está desmantelando hasta que no es demasiado tarde. Incluso países como Rusia logran mantener la apariencia democrática mediante elecciones, partidos políticos y medios de comunicación libres (3). No es necesaria una dictadura a la vieja usanza, basta con adulterar las reglas de juego para que la oposición no tenga posibilidades reales de ganar.
  • Un error fatal que cometen a veces los demócratas es tratar a los totalitarios como unos participantes más en el juego democrático e incluso como unos aliados útiles frente a sus rivales democráticos tradicionales (4). Por el contrario, una forma excelente de proteger la democracia es que los partidos demócratas se abstengan de pactar con los antidemócratas (5).
  • Los políticos con largas trayectorias entienden la necesidad del pacto, el respeto al rival y de soportar las frustraciones de la vida política. Los políticos recién llegados, ávidos de cambiar las cosas, son más propensos a forzar la maquinaria del estado y, por lo tanto, de socavar la democracia.
  • Los Estados Unidos tienen un largo historial de líderes populistas con tendencias totalitarias (6). No obstante, los partidos tradicionales actuaron como filtro a esos aspirantes, escogiendo a un político de larga trayectoria dentro del partido. Los candidatos populistas no pasaban el filtro demócrata/republicano o bien debían optar a la presidencia por un tercer partido.
  • La situación cambió en EE.UU. a partir de los años 70, momento en el que se estableció un sistema de primarias que permitió a los afiliados escoger a los candidatos (7). Esto, que a priori parece positivo para la democracia, posibilitó la llegada al poder de líderes extremistas (8).
  • Las leyes no son per se suficiente garantía de solidez democrática. Prueba de ello es que muchos países tienden a copiar las constituciones de países democráticos y, a pesar de ello, fracasan en su aventura democrática. El motivo es que las leyes están sujetas a interpretación (9) y un gobierno bien puede aprovechar esos vacíos legales para atentar contra la esencia de la democracia. Por el contrario, lo que hace que las democracias prosperen es la contención por parte de los poderes políticos (es decir, no usar todas las armas del arsenal legal contra los rivales), las reglas no escritas (10) y el respeto mutuo (son rivales, no enemigos). Aunque eso es algo que hoy en día se da por sentado, no viene en ningún manual constitucional ni tampoco se desarrolla por sí solo (11).
  • Temas como la raza, la religión o la patria son propensos a encender el debate más allá de lo aconsejable y provocar una polarización creciente en la que el "todo vale" está bien visto por el electorado. De ahí al desmantelamiento de la democracia hay solo un paso.
  • En los Estados Unidos existe una polarización creciente desde los años 70 (12) que ha llevado a los dos grandes partidos (en especial el republicano) a no practicar la moderación, saltarse las reglas no escritas y olvidar el respeto hacia el rival. En contra de lo que puede parecer, Donald Trump no es un cisne negro de la política estadounidense sino la consecuencia de décadas de creciente extremismo.
  • Los primeros años de Donald Trump no se diferencian mucho de otros líderes autoritarios: mentiras, falta de respeto hacia sus rivales (13), uso de sus poderes hasta el límite de lo posible y cambio de reglas para favorecer sus propios intereses (14). Los autores consideran que los cimientos de la democracia estadounidense son sólidos, al menos de momento, aunque hay una preocupante cantidad de ciudadanos que defienden medidas pseudodictatoriales (15).
  • Si bien hay un retroceso democrático en algunos países del mundo, también es cierto que en otros la democracia ha avanzado. La situación global, aunque no mejora, al menos parece estable. No obstante, el hecho de que EE.UU., un país que ejerció un liderazgo claro en la defensa de la democracia, esté retrocediendo arroja perspectivas sombrías.
  • Para defender la democracia es contraproducente emprender medidas antidemocráticas. Eso sucedió p.e. en Venezuela, donde la oposición no dudó en apoyar un golpe de estado, paralizar el país mediante huelgas y no concurrir a las elecciones. Paradójicamente, los que querían evitar una dictadura destruyeron toda su credibilidad como demócratas. A ser posible, es altamente recomendable buscar apoyos amplios, incluso entre rivales, encaminados a salvar la democracia por encima de otras cuestiones ideológicas.
El libro contiene un útil "detector de autócratas":



Los autores, en una de las citas que más hiela la sangre, llegan a decir:

Si hace veinticinco años alguien le hubiera hablado de un país en el que los candidatos amenazaban con meter en prisión a sus rivales, en el que la oposición acusaba al Gobierno de robar unas elecciones o de establecer una dictadura y en el que los partidos empleaban sus mayorías legislativas para destituir a presidentes y robar puestos en el Tribunal Supremo, seguramente habría pensado usted en Ecuador o Rumanía. Probablemente no hubiera imaginado que hablaba de Estados Unidos.

Respecto a España, a parte de unas breves páginas sobre la polarización que sufrió el país y que condujo a la Guerra Civil, dice poca cosa. Curiosamente, figura entre los países en los que consideran que la democracia no ha retrocedido. Teniendo en cuenta que el libro se publicó en enero 2018, por lo que probablemente no incluye lo sucedido en Cataluña en el otoño caliente del 2017, me pregunto si los autores mantendrán su opinión (16).

El libro es ameno, sin caer en tecnicismos que complicarían innecesariamente la lectura. Las argumentaciones son sólidas, si bien a veces algunas citas pueden levantar un sano escepticismo (p.e. recurren a menudo a encuestas). Eché de menos (y esto es una manía mía) que no se retrotrajera a ejemplos anteriores, porque pérdidas de democracia pueden verse desde la antigüedad. También encontré que faltan elementos de autocrítica en el libro. Demasiado centrado en el respeto a las normas por parte de los políticos, olvida demasiadas veces los movimientos civiles que van contra normas injustas. Su estructura es un tanto anárquica, está muy centrado en los EE.UU., por lo que buena parte de las conclusiones que se extraen allí resultan chocantes y difícilmente extrapolables a otras partes del mundo (17). Imagino que las personas de mentalidad conservadora y pro-Trump serán muy críticas con el libro, aunque el libro no está en contra el conservadurismo (hace p.e. una gran alabanza de la CDU alemana) sino de los peculiares modos del Sr. Trump. Sin embargo, mi mayor crítica al libro es que a la hora de hacer recomendaciones para salvar la democracia realiza un salto cuántico; no solo es parco en detalles sino que incluso cita aspectos que hasta el momento ha pasado por alto (18).

En resumen, un libro ameno y razonablemente sólido, que resulta altamente recomendable para cualquiera interesado en la salud del sistema democrático. Lo mejor del libro es que despierta una sana curiosidad en el lector y le obliga a examinar no solo el comportamiento de sus líderes políticos sino también el de él mismo.



(1) excusa típica de aquellos que ven sus programas tumbados por los tribunales y pretenden cambiar las reglas de juego quitando de en medio los jueces hostiles a su programa.
(2) cualquier medida destinada a ir contra la casta política, las grandes fortunas o los bancos va a ser, sin duda, muy popular.
(3) las elecciones en Rusia son, técnicamente hablando, limpias. Sin embargo, se ven casos ciertamente curiosos, como el del partido Rusia Justa que "libremente" decide no presentarse a las presidenciales, no vaya a ser que las gane. Respecto a los medios independientes, haberlos haylos, aunque tienen una presencia testimonial y no pueden ejercer libremente.
(4) léase Hitler o Chávez.
(5) países como Francia, Alemania o Austria son buenos ejemplos.
(6) sirvan como ejemplos Charles Lindbergh, George Wallace, Huey Long, Joseph McCarthy o Charles Coughlin.
(7) el sistema anterior de ambos partidos dejaba la decisión en manos de unas pocas personas y era opaco, a veces hasta el esperpento, lo que provocó no pocas controversias. La convención demócrata de 1968, con disturbios en las calles, le dio la puntilla.
(8) en España también tenemos nuestra ración. Pedro Sánchez, con un discurso más izquierdista, ganó las primarias del PSOE a Susana Díaz, la candidata del stablishment. En el PP, menos acostumbrado a primarias, escogieron como candidato a la presidencia a Pablo Casado, del ala más derechista del PP.
(9) tómese por ejemplo el dichoso artículo 155 de la constitución española, que no especifica qué tipo de "incumplimiento" o "atentado grave contra el interés general" debe perpetrar la Comunidad para que se pueda aplicar, ni cuáles son las "medidas necesarias" que puede adoptar el Gobierno para "obligar" a la Comunidad a cumplir sus obligaciones.
(10) por ejemplo en EE.UU., durante muchos años el Senado no vetaba a un juez que el Presidente propusiera para el Tribunal Supremo.
(11) por ejemplo, en los primeros años de EE.UU., los partidos se veían entre sí como enemigos y anunciaban la catástrofe si vencía el rival. La cosa se calmó hasta que el movimiento antiesclavista empezó a apretar las tuercas a los estados sureños. Vinieron décadas de polarización creciente que desembocaron en la Guerra de Secesión. Tras la guerra, los estados del norte y del sur se reconciliaron a costa de la población afroamericana, que se vio privada de buena parte de sus derechos constitucionales. En los años 70 empezó una nueva ola de polarización que sigue creciendo hoy en día.
(12) en una encuesta del año 2010 el 33% de los votantes demócratas y el 49% de los votantes republicanos manifestó que les desagradaría que sus hijos mantuvieran una relación con un/a votante del partido rival. En 1960 las cifras eran, respectivamente, 4 y 5%.
(13) son conocidas sus dudas sobre el lugar de nacimiento de Barack Obama y sus declaraciones a favor de prisión para Hillary Clinton. Tampoco se ha cortado a la hora mostrar opiniones contrarias a las de altos cargos de la administración (inteligencia, defensa...), que tradicionalmente se consideraban intocables.
(14) algunos estados de EE.UU. están cambiando las normas para dificultar el voto de la población negra e inmigrante, que vota masivamente demócrata. En otros casos se modifican los distritos electorales para lograr que los votos pobres sean menos relevantes.
(15) en 2017, una encuesta reveló que un 52% de los votantes republicanos estaría a favor de que Trump retrasara las elecciones bajo la excusa de terminar con el fraude electoral. Eso en un país en el que apenas hay fraude electoral.
(16) no figura en el libro, aunque Levitsky asegura que en Cataluña existe "una erosión de las normas democráticas por parte de ambos lados"
(17) por ejemplo, aluden que en el pasado los dos grandes partidos de EE.UU. apenas tenían diferencias ideológicas y que gracias a eso mantenían buena sintonía. No obstante, eso no ha sucedido nunca en Europa y no ha sido óbice para mantener la democracia.
(18) p.e. solo en las recomendaciones finales se cita el problema de la creciente desigualidad.



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