Crítica: Un lugar tranquilo
Un lugar tranquilo es la primera película como director de John Krasinski. Su argumento no resulta precisamente original: unos extraterrestres invaden la Tierra y los escasos supervivientes tratan de seguir con vida. No obstante, la película da un giro interesante: los extraterrestres cazan mediante el sonido, por lo que los supervivientes se ven forzados a no emitir sonido alguno. Algunas cosas son curiosas, como no poder usar zapatos o cubiertos pero otras, como tener que prescindir de la música o -peor aún- del habla te hacen preguntarte qué es realmente ser humano.
La película destaca también por prescindir de los sustos facilones que -por desgracia- hacen tan previsibles a muchas películas de terror. Aquí no vas a encontrar la clásica y manida escena de que un personaje se dé la vuelta para toparse de cara con el monstruo. Ese ritmo sosegado hace que las escenas de acción se saboreen especialmente y resulten una delicia.
Mención aparte merece la elección de los protagonistas: una familia normal en la que el marido es un manitas, la mujer es -por desgracia- el personaje menos desarrollado (aunque también es la que mejor actúa y es que Emily Blunt da para mucho) y tres niños. Como curiosidad, de los hijos, un niño resulta el más cobarde y una niña la más intrépida... Toda una declaración de intenciones. Y, por si fuera poco, la niña es sorda (de nuevo, toda una declaración de intenciones que la heroína sea sorda).
En resumen, una película de terror/suspense/acción/ciencia ficción muy recomendable, que deja con un agradable sabor de boca por prescindir del susto fácil, centrarse en las relaciones entre los personajes, salirse de algunos clichés y... Bueno, el último fotograma vale el precio de la película.