Crítica: El juego del calamar
El juego del calamar es una serie surcoreana que, siendo laxos en los límites, podemos calificar de ciencia ficción. La serie ha sido un auténtico fenónemo internacional y es que el país asiático, no contento con fabricar barcos y teléfonos móviles, se ha lanzado a conquistar el mundo con el soft power de la cultura, primero con su música y ahora con películas y series.
Antes de nada, más de uno estará enarcando una ceja con la clasificación de El juego del calamar como "ciencia ficción", porque sin duda hay otros géneros en los que encaja más. Ya digo que lo puede ser, siempre y cuando uno no se ponga demasiado ortodoxo. Nadie duda, por ejemplo, de que la película Perseguido (1987) es de ciencia ficción y, sin embargo, el argumento se parece sospechosamente: un concurso en el que los participantes arriesgan sus vidas para conseguir un suculento premio y entretener a la audiencia. La diferencia entre Perseguido y El juego del calamar es que la película está ambientada en el futuro, mientras que la serie está ambientada en el presente. No obstante, no es condición indispensable de la ciencia ficción que las obras se sitúen en el futuro.
Tras esta digresión, entremos en materia.
El juego del calamar resulta un inteligente mestizaje de diversos temas. Por un lado, tenemos que los perdedores de la sociedad son invitados a participar en un concurso en el que pueden ganar una inmensa cantidad de dinero a cambio de perder su dignidad y, muy probablemente, la vida. Resulta todo un toque de atención que en una sociedad tan competitiva como la coreana los héroes de la historia son los despojos de esta: currantes, desempleados, ladrones, inmigrantes ilegales, defraudadores, ancianos y bocazas. En cambio, los villanos de la historia están ocultos tras el anonimato del sistema y son los guardianes o bien las elites para cuyo divertimiento se organiza este macabro juego.
En segundo lugar, la confrontación de juegos infantiles, con su correspondiente estética, con una crueldad descarnada, en la que no falta la sangre, resulta hipnótica. No es de extrañar que esta estética infantil haya atraído a un público menor de edad a ver la serie, si bien esta no es en absoluto adecuada para ellos.
Las actuaciones son más que notables, si bien se nota cierta sobreactuación, al menos desde una óptica acostumbrada a las producciones estadounidenses. Si espera la sutilidad y contención de Juego de Tronos, lo siento pero aquí no lo va a encontrar, si bien sí que verá un amplio abanico de emociones a flor de piel y alguna que otra velada.
Desde mi punto de vista, la serie sobresale en el guion, que está muy bien planificado, con inteligentes giros que logran sorprender al espectador y, al mismo tiempo, mantener el desarrollo natural de la historia. También es destacable lo bien que dibujan a los personajes, bastando un único capítulo para que empatizar con ellos, manteniendo al mismo tiempo la complejidad de los mismos y variadas relaciones entre ellos. Como único inconveniente de este guion cabe señalar que el último capítulo es, con diferencia, el peor de la serie. En lugar de seguir la evolución natural de la misma, prefirieron crear nuevos puntos álgidos como absurdos retornos de personajes y explicaciones que nadie había pedido, mientras que dejaban morir tramas que darían para una interesante segunda temporada.
En resumen, El juego del calamar es una serie excelente en múltiples aspectos, empezando por su originalidad, siguiendo por su guion y rematando con sus actuaciones.