Crítica: El fin de la muerte
El fin de la muerte es una novela de Liu Cixin (en chino se pone primero el apellido y luego el nombre, así que en las traducciones a veces se escribe según en el orden occidental: Cixin Liu) que culmina la trilogía Memoria del pasado de la Tierra que comenzó El problema de los tres cuerpos y siguió El bosque oscuro.
El fin de la muerte va adelante y atrás en el tiempo, con un prólogo ambientado en la caída de Constantinopla (1453), luego yendo al "presente", que se intercala con extractos de un narrador futuro que ha escrito un libro sobre lo sucedido. Este "presente" arranca con el descubrimiento de la civilización trisolariana, salta al momento en el que termina El bosque oscuro, con los humanos deteniendo la invasión al descubrir su particular versión la destrucción mutua asegurada, avanza y avanza hasta un muy distante futuro. Los cambios de ambientación y de Era resultan claves en la novela.
Casi todo el peso de la historia lo lleva Cheng Xin, una especialista de motores cohete que pasará de época en época. El papel de Cheng Xin en la obra es el de hacer de testimonio de lo que pasa y poco más. Su periplo por el tiempo la hace protagonista de grandes decisiones que afronta la Humanidad, algunas acertadas y otras equivocadas. Cheng se siente culpable cuando mete la pata pero sin pasarse y, personalidad, lo que se dice personalidad, parece que no tiene (resulta una lástima, porque en las dos novelas anteriores, si bien los personajes no estaban bien desarrollados, resultaban al menos mejores que en este libro).
Al igual que las otras dos obras de la saga, El fin de la muerte está lleno de ideas y muchas de ellas son brillantes. Como siempre, Liu Cixin se centra mucho en los aspectos sociales, con tendencias políticas y movimientos que van y vienen al albur de los acontecimientos. En cada época existe conflicto político y contraposición de ideas. En un original giro de guion, el autor incluso se atreve a plantar una democracia en China en un futuro lejano y, por sorprendente que parezca, la obra ha pasado el filtro de la censura. Respecto a las ideas científico-tecnológicas, tras la borrachera de ideas que se presentaban en El problema de los tres cuerpos (algunas muy interesantes y otras que provocaban cierta incredulidad), la trilogía ha ido ganando en solidez, ya sea por un mejor desempeño del autor o bien que el lector ya tiene asumidas las premisas de la obra.
La obra contiene dos momentos absolutamente insuperables de los que, por prudencia, no daré muchos detalles. El primero es el momento "a tomar por culo todo" y el segundo es el autohomenaje literario que plantea el autor: ganar una guerra interestelar con -literalmente- un cuento chino. Por contra, la coda de la obra resulta un tanto insulsa. Después de haber visto la épica de la guerra y las tensiones sociales, esperaba un final más excitante.
Estilísticamente hablando, resulta un libro comodón. Sin alcanzar grandes dotes artísticas, logra que se lea con agrado y uno pueda centrarse en la trama y las ideas. En este aspecto, resulta una mejora notable respecto al primer libro de la trilogía y demuestra que el autor ha logrado madurar su estilo.
Debo confesar que he tardado en leer El fin de la muerte porque, tal y como acabó El bosque oscuro, pensé que estaba bien dejar la historia así. Confieso que me equivoqué y que, tal y como advertían la mayor parte de las críticas, la trilogía va in crescendo.
En resumen, El fin de la muerte es una merecida culminación de la trilogía que logra corregir los defectos más aberrantes de la primera entrega para dejarnos un producto en el que los engranajes funcionan mucho mejor y en el que existen dos momentos absolutamente brillantes. Logra ser lo que en buena parte pretende la ciencia ficción: literatura de ideas. Lo es por la puerta grande, tanto en lo tecnológico como en lo social. Por contra, presenta un desempeño muy pobre en cuanto a los personajes y su final no está a la altura del conjunto.
Etiquetas: crítica, literatura